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El sentido de las fiestas de fin de año

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Durante el año nos encontramos atravesados por múltiples y diversas situaciones que nos movilizan y preocupan. Y, al llegar el último mes del año, muchos sienten la necesidad de tener resueltos todos sus problemas o encontrar las respuestas justas para aquellas dificultades que viven, y así “empezar en cero” el siguiente año. Sin embargo, y pese a la concepción cíclica que tenemos del tiempo, vale la pena destacar que el nuevo año no implica finalizar, sino “continuar”.

Fin de año, ¿época de balances?

Estamos inmersos en una sociedad en la que el valor de nuestro año pareciera medirse de acuerdo a logros alcanzados, a resultados cuantificables. Ahora bien, si medimos todo en función de resultados, generamos expectativas y exigencias que no siempre podemos alcanzar. Estas insatisfacciones, a nivel emocional, pueden acarrearnos dificultades en nuestra vida cotidiana, por ejemplo, cambios en el sueño, dificultades para concentrarnos en el trabajo o relajarnos en los momentos de ocio.
Sería mejor, entonces, no apegarse a los resultados y no quedarnos con aquello que faltó sino con los pequeños o grandes logros que conseguimos. Es decir, poner el acento en lo que tenemos y podemos disfrutar: gozar de buena salud, vivir momentos de encuentro con la familia, visitar a un familiar, amigos, o conectarnos con todo aquello que esté ligado más a lo afectivo que a lo material. 

La importancia de los vínculos y el encuentro

Muchas personas esperan que las fiestas tengan una cuota de magia y así intentan idealmente construir una vivencia que con frecuencia no se corresponde con lo vivido durante el año y esto puede generar algunas dificultades en el encuentro. 
Resulta más beneficioso enfocarse en lo bueno de las relaciones humanas y del encuentro. No necesitamos de grandes fiestas, sino del intercambio con las personas que nos rodean y permitirnos la reunión con lo que cada uno tiene y es en sí mismo. 
Si nos ocurriera encontramos con seres queridos que no estén atravesando un buen momento, facilitaría el ser comprensivos y no exigir más de lo que el otro puede dar. De esta forma, si la persona puede olvidar momentáneamente sus preocupaciones y disfrutar del afecto que recibe, habrá conseguido mucho más de lo que tenía.

Lo valioso de estos momentos está en vivirlos desde el afecto, desde un intercambio esencial y humano, recuperando la capacidad de asombro del niño que cada uno lleva consigo.

Lo podemos ver en las familias con niños pequeños que contagian la frescura de la ingenuidad y la alegría de las sorpresas. Es así que con los menores nos permitimos divertirnos, reír, bailar. Experiencias que son invaluables. 

Rescatar el “ser”

Actualmente estamos inmersos en un mundo guiado por el consumo de lo material y el imperativo del éxito. Sin embargo, frente a esta constante exigencia del “tener” es importante recuperar el “ser”, ya que lo que verdaderamente enriquece no está en las cosas que se compran o en acumular logros, sino en rescatar la esencia de cada uno y poder compartirla con otros. Ese es el mejor regalo que podemos brindar. 

El sentido de disfrutar las fiestas de fin de año está en la posibilidad de valorar en nosotros mismos la capacidad de asombro, sorpresa y divertimento. Esta búsqueda y descubrimiento de uno mismo brinda un bienestar que se transmite a otros y genera mucho más que aquello que se puede comprar.


Así, conectarse con lo afectivo y lo humano nos permitirá alegrarnos y disfrutar las fiestas.